miércoles, 12 de diciembre de 2018

Los 400 golpes.

Les quatre cents coups (1959) es una de las películas iniciadoras y más representativas de la Nouvelle Vague. El título proviene de una expresión francesa que se podría traducir como “hacer las mil y una” en referencia a las travesuras de Antoine Doinel, icónico personaje semiautobiográfico creado por Truffaut, pero más literalmente hace mención a los golpes físicos y psicológicos propinados por su unidad familiar, el sistema escolar y finalmente el judicial, en el correccional, considerados bases de nuestra sociedad.



La nouvelle vague fue un impulso cultural generado en un contexto de transición entre la cuarta y quinta república francesa, enmarcado también por la guerra de independencia argelina. Es representativo, a pequeña escala y en un ámbito cultural, del desencanto que explotaría en mayo del 68 y del cambio generacional producido en la sociedad y el cine francés. Cinematográficamente significa una respuesta al estancamiento del cinéma de qualité al considerar que no representaba verídicamente a la sociedad francesa ni proponía innovaciones en el medio.
Estos jóvenes críticos de cine, asiduos en medios como la revista Cahiers du Cinéma, tenían serios problemas para introducirse en la jerárquica industria del cine francés, pero cineastas como Truffaut poseían una gran voluntad de generar cine y anteponían la libertad creadora del director, al cual defendían como autor y artista, a los grandes presupuestos. La defensa de un cine de pocos recursos y con voluntad social, aunque desde un punto de vista más personal, venía influenciada por Rosellini y el neorrealismo italiano, pero en sus escritos también dignificaban a grandes autores de Hollywood como Howark Hawks, John Ford, Alfred Hitchcock u Orson Welles. Por eso no es extraño que fuese un cine casi ensayístico sobre el medio, como refleja la idea de obra abiera presente en las películas de Godard, o metaficcional en el caso de La nuit américaine del propio Truffaut, en el que se revalorizaba el cine como un medio artístico con un lenguaje propio.

Truffaut narra la historia de Doinel, un joven “problemático” de 14 años que funciona perfectamente como símil de la voluntad rebelde y ansías de libertad del autor. Narrativamente la obra es absolutamente lineal, solo tiene un hilo argumental monopolizado por las constantes desventuras del chico, adecuándose así a la naturalidad y verosimilitud del argumento. Doinel roba, miente y falta a clase como respuesta a una obvia ausencia de libertad en la escuela y de amor y estabilidad en el hogar, circunstancia que se agrava en el momento en que su comportamiento empeora hasta encaminarlo a su forzada exclusión absoluta.
En la película la iluminación en blanco y negro es naturalista, el director muestra la acción en recurrentes planos generales y sigue a los personajes a través de numerosos travellings con una gran planificación. Sin ir más lejos, la primera escena se inicia con uno que muestra como
los alumnos se pasan una imagen con connotaciones sexuales hasta que finalmente nuestro protagonista, que estaba dibujando por encima, es reprendido y castigado por el profesor. Ni los alumnos tienen ningún tipo de respeto por el profesor ni él por ellos, “bonita Francia dentro de 10 años” dice el adulto irónicamente, y que razón tenía, el distanciamiento es insalvable. Truffaut también alterna los planos objetivos y subjetivos de Doinel en escenas como la de la atracción giratoria, muy experimental, o en la que le encarcelan, ambas con connotaciones totalmente opuestas. Quizá uno de los contrastes más recurrentes a lo largo de la cinta sea el de las secuencias en la calle, llena de posibilidades para Doinel, y la opresiva escuela, pero quiero destacar en mayor medida la escena metaficcional en la que se representa el cuento de Caperucita roja con marionetas. En ella se intercala la interpretación con la reacción de los niños y estos no solo disfrutan si no que atienden, mostrándose así la capacidad del arte narrativo de entretener y enseñar en oposición a lo desmotivante del sistema escolar. Se presenta una función catártica del arte que se expresa en nosotros como espectadores cuando Doinel llega a la playa y nos purga. Todo lo sucedido da significado, sentido y valor a una acción que nos libera. La interminable escena final es la más representativa de como Truffaut adapta su propuesta formal a cada instante y como capta la psicología del momento.


La influencia de esta película en el cine y los grandes directores del siglo XX es de sobra reconocida por Kurosawa, Woody Allen, Luis Buñuel… Pero creo, siendo muy simplista, que la parodia de Los Simpsons, en la que Lisa dirige la historia de Nelson como Doinel, funciona para constatar la consideración y nivel de trascendencia cultural de la cinta. Siendo su ópera prima se aprecia una madurez cinematográfica que me fascina, el autor no recurre a alardes visuales gratuitos si no motivados argumentalmente, rehúye el efectismo y prefiere mostrar visualmente las ideas críticas que inundan la obra a sobrexplicarlas verbalmente. Considero que el elemento que sustenta la película argumentalmente es el escarmiento social ante la rebeldía o cualquier tipo de acción individualista considerada reprochable, justificada o injustificada. La obra es una oda a la libertad, y lo es mostrando las consecuencias de su ausencia en una sociedad que criminaliza la desobediencia y normaliza la violencia estructural. No sé cuántas veces nos habrán castigado sin recreo a mis amigos y a mí en el instituto, por lo que el proceso de identificación con Doinel me resulto muy sencillo, pero lo alarmante y nutritivo es lo vigente de este discurso en un sistema penitenciario y de enseñanza que sigue adoleciendo de los mismos mecanismos represivos.

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